J. A.
Gaya Nuño
El pesimismo español es un tema sobradamente
estudiado, pese a las variantes, posiblemente de matriz circunstancial, que los
diferentes autores han ido imprimiendo a sus respectivos análisis. Ángel Ganivet, por ejemplo, hablaba en
términos filosóficos: “Cuando se examinaba la constitución ideal de España, el
elemento moral y en cierto modo religioso más profundo que en ella se descubre,
como sirviéndole de cimiento, es el estoicismo”[2].
De nuevo Lafuente, prolongando
a Weisbach, avala su explicación psicohistórica del barroco, entendido como una
concepción trágica y un sentimiento dramático de la vida, que, además, liga
perfectamente con el sustrato ideológico español[3].
En esta línea se ha querido explicar la proliferación de penitentes y eremitas,
así como las trepidantes vanitas,
cuyos denominadores comunes serían, pues, la calavera y la cíclica tragedia
hispana.
Intimidad
y melodrama
Las
últimas teorías sobre el realismo presente en las manifestaciones artísticas
contemporáneas tratan de analizar el drama velado que ocultan las más recientes representaciones cotidianas. De este componente melancólico ya se había
percatado Sigmund Freud cuando en 1914 se deleitaba en la contemplación de El Moisés de Miguel Ángel[4].
Català Domenech recalca que la esencia de este melodrama latente se halla en un
nuevo “apogeo de lo íntimo” tomado de las manifestaciones históricas del siglo
XVII, donde “todo parece estar en orden pero hay una tensión en ese orden que
no es normal”.[5]
José de Ribera: El sueño de Jacob, 1639
Francisco de Zurbarán: Cristo recogiendo sus vestiduras, 1661
Ron Mueck: Seated woman, 1999.
Erwin Olaf: The Kitchen, 2005
En
este sentido es importante tener en cuenta la nueva concepción del espacio
escenográfico y de acción en la comedia nueva de Lope, tan barroca y tan
urbana, que confronta en una “dialéctica los espacios interiores y los
exteriores, que radica en el vaivén entre el espacio callejero del galán y el
espacio casero de la dama”[6].
La concepción del espacio recogido,
cerrado, donde se concentra el drama en el teatro barroco, estaría, pues,
asociada a esa nueva intimidad que se reclama en las fotografías y esculturas
de Olaf o Mueck.
Pobres,
enanos, viejas y barbudas
-
¿Y
cuánto costaba un enano,
entonces?
-
¿Quién
sabe? Coleccionar enanos siempre ha sido caro.
-
Es una historia agradable. Gracias por
contármela. A mí también me gustan los enanos. Pero no de la manera que usted
piensa[7].
Juan
Muñoz
Como si las palabras las palabras de Paul Lefort se tratasen de una profecía, todavía en los años noventa se seguían representando enanos en España: “Les es común una tendencia que no han aprendido de los italianos. Aman a los pequeños, los humildes, los pobres, y hasta sus pintorescos andrajos. Así, en todo lugar, encuentran siempre pretexto para introducirlos en sus composiciones, que toman de ellos cierta cosa de íntimo, de familiar y de conmovedor”[8].
Igualmente,
parece como si a principios del pasado siglo hubiese habido bastante interés
por justificar esta fealdad en el arte. Y así, hacia 1915, dictaba Méndez
Bejarano en una conferencia: “El arte no puede prescindir de lo feo; su misión
consiste en utilizarlo como elemento de una concepción superior, en donde el
límite se resuelva en positividad y, por tanto, en belleza”[9].
Sobre
los indigentes de Murillo habló recientemente Peter Cherry, y parece que esa
fórmula del sanctus pauper la haya
tomado también Andrés Serrano: “Los pobres y marginados que aparecen en el arte
religioso, tema del presente ensayo, desempeñan un papel muy concreto, el que
les asigna la teología convencional de la pobreza como estado de
bienaventuranza. Conforme a esa visión idealizada de la pobreza, el pobre
aparece bajo la forma positiva del sanctus
pauper, una figura virtuosa que se aproxima a la de Cristo, y es el
instrumento mediante el cual el rico puede redimirse con la práctica de la caridad y de
las buenas obras. Las imágenes de las que aquí vamos a hablar iban dirigidas al
clero y a miembros de las órdenes religiosas y de las élites sociales, no a los
propios pobres”[10].
Andrés
Serrano: Nomads (Roosevelt), 1990
[1] GAYA NUÑO, Juan
Antonio, “Eternidad de un género”, Revista
de Ideas Estéticas, Madrid, CSIC- Instituto Diego Velázquez,
julio-septiembre 1958, pp. 15-30
[2]
GANIVET, Ángel, Ideárium español. El
porvenir de España, Madrid, Espasa-Calpe, 1966 (primera ed. 1940), p. 9.
[3] WEISBACH, Werner, El Barroco. Arte de la Contrarreforma,
traducción y ensayo preliminar de E. Lafuente Ferrari, Madrid, Espasa Calpe,
1948, p. 33.
[4]
FREUD, Sigmund, Psicoanálisis del Arte,
Madrid, Alianza Editorial, 1973, p. 77.
[5]
CATALÀ, Josep M., Pasión y conocimiento.
El nuevo realismo melodramático, Madrid, Cátedra, 2009, p. 126.
[6] CORNEJO, Manuel, “Reflexiones sobre la representación de Madrid en El sembrar en nueva tierra de Lope de Vega, Criticón, nº 97-98, 2006, p. 10.
[8] LEFORT, Paul, Historia de la pintura española, Madrid, La España Editorial, 1900, p. 3.
[9] MÉNDEZ BEJARANO, Mario, Conferencias sobre filosofía del arte, Madrid, 1916, p. 42.
[10] CHERRY, Peter, “El ojo hambriento: los bodegones de Juan Sánchez Cotán”, en El bodegón, Madrid, Fundación Amigos del Museo del Prado, 2000, p. 242.
4 comentarios:
El texto es de Ana Amigo, ¿verdad?
Efectivamente, ya está corregido, gracias!
Bueno, por fin me he hecho una cuenta como Dios manda para cositas pequeñas. Los textos largos y aburridos seguirán siendo exclusiva de los buenos amigos de mineÁRTpolis. Gracias, gracias, gracias.
Aquí estamos para fagocitar tus textos largos y aburridos. Te seguimos compañera.
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