9.12.09


Creció desde muy niña sin padre, con siete hermanos más. Nunca me contó mucho de su vida, sobre las penurias que pasó en la guerra, un estricto silencio la envolvió toda su vida. Sufrió mucho, de todos los hijos que tuvo sólo le sobrevivió uno, mi madre. Ella fue la que me enseñó que siempre hay algo que hacer. Recuerdo sus manos, a veces suaves como la seda, otras ásperas como la tierra. Fue la que me ofreció mi primer trabajo: quitar la mala hierba de los arriates y recoger los jazmines del patio todos los días. Su boca chupaba el néctar de uno de ellos mientras batía la sosa caústica para hacer jabón: ¡Paquito quítate de aquí que esto es peligroso! –me decía.

Me educó como educan los lobos, no me ató en corto, quiso que la vida me enseñara por ella misma. La falta de respeto y la soberbia me la corrigió con alguna que otra zurra. Mis lágrimas las secó en su regazo.

Su nombre: Ramona Barranco Echevarría.

Su mirada: Alzheimer.

¿Por qué elijo estas fotos pudiendo mostrar otras de ella? No lo sé. Pero siempre que las miro no puedo remediar ver la imagen de un guerrero que ganó su derecho a descansar tras una vida de batalla en batalla.






Curro Jiménez Melero - NG -

3 comentarios:

Anónimo dijo...

qué bueno eres

Anónimo dijo...

Estan bien las fotos, tienen fuerza

Anónimo dijo...

muy bueno, toca el alma de quien lo lee

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